Ha pasado tanto tiempo desde que aquella
chiquilla llegó al colegio, un tanto tímida y desubicada. Valentina aún
recuerda los primeros días fríos y sin amigos, donde las horas pasaban
casi eternas mientras quería salir corriendo del infierno interno que
aquejaba en lo profundo de su corazón. Tenía ganas de gritar, de cerrar los ojos y no volver a abrirlos, de desaparecer en el infinito y pensar que jamás existió… Fueron tantos pensamientos, tantas lágrimas derramadas interiormente, tantos sueños perdidos…
Y pesé a que ella no conocía al hombre
que transformaría su vida; sabia que existía entre tanta gente que a
diario rondaba por los pasillos impávidos de aquella edificación. Tuvo
que pasar algo más de un año, y tal vez fue la mano de Dios que los
cruzo en el camino “sincronía, destino, Dios…”.
Valentina podía ser una las tantas
alumnas que a diario desfilaban por aquel escritorio y, él sin saber
nada de ella, sin escuchar nada bueno ni nada malo, sencillamente la
podía ver como una mas del montón.
Y fue así como Yo,
Valentina, embelesada entre mis libros y la angustia de saberme pérdida
en los rincones de esas cuatro paredes, aquellas que a diario dibujaban
fantasmas saltarines y colores de Ícaro. Yo, aquella que moría de dolor de la misma muerte… Yo, la niña de faldas largas, labios rojos y ojos que diariamente se perdían en el infinito… Yo, Yo estaba allí…
Y en uno de mis tantos vuelos, sueños,
ires y venires que recorría diariamente, apareció él emanando un aroma
profunda que logro perturbar mi encanto… quise mirar lejana como siempre
lo hacia, pero esta vez algo no lo permitió. Estaba allí, detrás de ese
escritorio inmenso que proponía una barrera entre dos seres humanos. Su
voz un poco gruesa y desafinada se articulaba con el mirar profundo de
sus ojos sobre mí, no le tuve miedo como solía muchas veces tenerlo, por
el contrario la paz que me generaba era más grande que los vuelos
inmensos que hacia a diario.
Sus palabras dejaron entrever algo de
ternura, y fue así como nuevamente una sonrisa se dibujo en mi rostro;
él me conocía más de lo que imaginaba, tal vez en el momento no sabia mi
nombre, pero entendía mi angustia, mis sueños, mis deseos. Sabia que no era una más del montón como inicialmente yo lo imaginaba.
Fue así como conocí a Arturo, el hombre
de cabellos bañados de blanco, manos pequeñas, pálidas y arrugadas,
sonrisa escondida ante el paso de los años. Él, el hombre que dejaría de
ser lejano para convertirse en un padre, un guía, un maestro, un regalo
llegado del cielo, un encuentro mágico que cambio mi destino.
Haciendo memoria intento recuperar todos
los momentos, sin embargo hay muchos que se me escapan pero otros
permanecen intactos como si no pasara el tiempo, especialmente aquella
Navidad en que sus palabras me dieron un nuevo aliento. Tal vez él jamás
lo supo pero fue en ese momento que regrese a la vida después de haber
muerto.
No fue fácil, pero siempre él estuvo
allí en medio de mis lágrimas, mis risas y mis recuerdos. No llevo la
cuenta de cuantas llamadas de atención me gane en esa época, ni cuantas
reprimendas recibí, o de las veces que gritaba cuando estaba enfado y
mucho menos cuando su seriedad se postraba en mí. Pero lo que si no
puedo olvidar son aquellos momentos en que me tendió su mano, en que
secaba mis lagrimas con su pañuelo, en que sin palabras su mirada me
dejaba saber que aprobaba lo que estaba haciendo, en que sus abrazos me
permitían encontrar ese amor paterno.
Hasta hoy han pasado casi 15 años,
tiempo en el que he recuperado mi risa de niña, mis sueños e ilusiones,
mi esperanza en un mañana; pero sobre todo, tiempo en el que redescubrí la importancia de tener un rumbo y un camino concreto.
Y si él estuviera hoy aquí, quisiera día
a día darle gracias por todo lo que ha hecho por mí y para mí, por su
tiempo, su paciencia, su constancia, su entrega, su sabiduría, sus
noches de desvelo, su amor de padre y sus palabras que continuamente me
dieron aliento. Sin embargo, sé que hay una forma especial de darle esas
gracias, y es continuar trabajando por el mundo de la manera como desde
hace 15 años me enseñó.
Y
es aquí donde me encuentro, retomando mi historia para seguir
escribiendo, con la certeza que no existen las coincidencias vacías de
sentido.
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